-Mamá...
-¿Qué, hijo?
-Tengo poemas premonitorios...
-Pues no leas tanto. A ver si no va a ser bueno...
-Hace mucho que dejé de leer.
-Pues entonces... ¡Corta por lo sano!
-¿Dejo de escribir?
-¡Deja de pensar!
-¿Y qué hago?
-¿No te gusta nada de lo que ponen en la tele?
-No...
-¿Ni el fútbol?
-Es el opio del pueblo.
-Juega a la consola.
-Mamá, no tengo...
-¿No te compré una por tu comunión?
-No.
-Vaya, ¡qué mala madre soy!
-No, mamá, no eres mala. Yo no te la pedí. No me gusta.
-Me alivias... ¿Por qué no te vas con tus amigos al parquecito?
-¿A beber litronas?
-Lo hacen todos los de tu edad.
-¿Eso me ayudará a dejar de pensar?
-Un rato, al menos.
-Pero es que... Mamá, mis amigos fuman porros...
-Que fuman porros, dices. Porros.
-Sí.
-Algunas veces, ¿no?
-Todo el rato.
-¿Todo el rato?
-Sí, mamá, sí. Y cuando fuman, no tienen conversación.
-Quieres decir que se quedan tranquilitos, ¿no?
-Bueno... Algo así.
-¿Y sus madres?
-Sus madres no les dicen nada.
-¿Porque fuman también?
-¿Quiénes?
-Las madres.
-No creo.
-Mira, hijo, voy a hablar muy seria contigo: no me importa que seas rarito, pero, por el amor de Dios, que no se te note tanto...
-...
-...
-Bueno, mamá, entonces ¿quieres leer mis poemas premonitorios o no?
-...