Derviches de Tarifa
que en su baile confunden, lisonjeros,
con levante al poniente.
Girando al son del viento,
cantan promesas de otra vida
y se asoman sin vértigo,
al Estrecho teñido
con la sangre de aquéllos
que apostaron heridas
a un caballo ya muerto.
Un hombre hoy se ha lanzado
a este mar de lamentos.
Perdidas las sandalias,
el miedo le ha hecho ciego.
De aquí a su tumba sólo quedan
apenas dos brazadas de un molino de viento.