¿Qué hay de
realidad en la narrativa y qué hay de narrativa en la realidad?
Desde el
origen de los tiempos, el ser humano ha sentido la necesidad de contar cosas,
de relatar, de narrar… Y no sólo de manera literaria. La mayor parte de la
producción narrativa se encuentra en nuestro día a día, en nuestra
cotidianeidad.
Producimos
narraciones en todas las facetas comunicativas : al relatar cómo nos ha ido el
día al llegar a casa, al comentar un incidente que ha sucedido en la calle, al
contar un chiste, al subir un comentario a
internet en cualquiera de las redes sociales…
Narramos a diario y, en ocasiones, de forma compulsiva.
Hay narradores
magníficos que nunca han escrito ni una coma. Hombres y mujeres que saben
narrar de manera natural, que conocen las técnicas narrativas, sin necesidad de
haber estudiado nunca narratología, que son capaces de enganchar a su
interlocutor con el relato de un hecho nimio, o que hacen de un acontecimiento
habitual algo memorable.
Muchos de los
hechos narrados por estas personas pudieron ser verdad, mientras que otros
sufrieron el sesgo de la ficcionalización. Sin profundizar en ello, diremos que
simplemente la hipérbole o exageración de los hechos puede ser ya un método de
ficcionalización.
En el momento
en que la ficción entra en juego, podemos hablar ya de literatura, bien sea
oral, bien sea escrita, y sin entrar, por supuesto, en juicios de calidad.
En cualquier
caso, la literatura es una manera de sublimar esta necesidad del ser humano,
pero no podemos cometer el error de confundir lo real vivido y lo real por
convención literaria.
Para ello,
habría que aclarar, en un primer momento, el concepto de verosimilitud y
recordar que se trata de uno de los pactos de lectura que se establecen entre
autor y lector.
Y es que la
realidad y lo verosímil no siempre van de la mano, ya que hay cosas muy
verosímiles en la ficción que pueden no suceder nunca en la realidad, y a la
inversa, cosas reales imposibles de creer que pudieran haber sucedido. Es
decir, a veces, lo real no es verosímil, en igual medida que lo verosímil no es
real. Como le decía a un amigo: “Me pides que escriba de mi vida y no lo hago,
pues muchos de los acontecimientos que he vivido resultan tan extraordinarios,
que pueden parecer, de tan inverosímiles, puro delirio, puro disparate.”
Sin embargo, gracias a este pacto
de lectura del que hablamos, todo lo que leemos nos parece posible y no hay
nada ante lo que digamos, "esto no podría suceder".
Puede haber, por
supuesto, algo inverosímil dentro de un relato verosímil, por ejemplo, un
monstruo de tres cabezas. Pero, una vez aceptado el monstruo, todo lo demás es
razonable, lógico, congruente. El lector
imagina y se compromete en los mundos planteados, por ello se habla de “pacto”,
ya que el receptor no tiene interés por comprobar si lo que lee es posible, de manera que se genera así una relación de complicidad entre lector y
obra literaria.
Con
independencia del grado de irrealidad del texto, el receptor, no obstante,
tratará de buscar verdades universales tras las mentiras literales de la
ficción. Ahí radica la grandeza. En la verdad que hay detrás de la mentira.
El problema se
planteaba ya en Aristóteles quien dijo en su Poética aquello de que “no es
obra de un poeta el decir lo que ha sucedido, sino qué podría suceder, y lo que
es posible según lo que es verosímil o necesario”.
Con
el Renacimiento, los neoaristotélicos se devanaron los sesos con esta sentencia,
pero nunca llegaron a ponerse de acuerdo por completo. La cuestión no era
baladí para la moralidad de la época. Piénsese, por ejemplo, en la reacción de
los primeros lectores de Lazarillo de Tormes, que carecieron de indicio alguno
para saber si aquel libro era la verdadera historia de un pícaro contada por él
mismo o la ingeniosa invención de un escritor. Por eso, la apariencia de verdad
con la que se presentaban los libros, aprobados por la Iglesia y avalados por
el mismo rey, se convirtió en un problema moral.
La ficción,
entonces, era planteada como un reflejo distorsionado de la realidad que venía
a poner en peligro la autoría de la verdad. Recordemos que las fronteras de lo
literario nunca han estado bien delimitadas y toda palabra escrita era
considerada portadora de verdad.
Cervantes
planteó a sus lectores un cambio radical en los modos de acercarse al texto
literario. La propuesta se condensa en las palabras del licenciado Peralta tras
la lectura de “El coloquio de los perros” y dice así:
“Aunque este coloquio sea fingido y nunca haya
pasado, paréceme que está tan bien compuesto que puede el señor alférez pasar
adelante con el segundo.”
Desde ese
momento, la literatura empezaba a bastarse a sí misma, sin necesidad de acudir
a ninguna justificación moral, teológica o filosófica. En consecuencia, el
autor podría ejercer su libertad más allá de cualquier categoría poética o retórica
con el único fin de divertir a sus lectores.
Habíamos llegado al origen de la
novela moderna.
Mucho ha
llovido y se ha escrito desde entonces. La narrativa ha experimentado cambios y
ha evolucionado en distintas direcciones, pero la base planteada por Cervantes
ha permanecido inmutable.
Volviendo a nuestros días y recapitulando, concluiremos que todos somos narradores, pero no todos literatos. Narramos por necesidad y creamos ficción por deseo. Y en cualquiera de las situaciones, ha de establecerse un pacto entre escritor y lector. El pacto de la verosimilitud o congruencia.
Volviendo a nuestros días y recapitulando, concluiremos que todos somos narradores, pero no todos literatos. Narramos por necesidad y creamos ficción por deseo. Y en cualquiera de las situaciones, ha de establecerse un pacto entre escritor y lector. El pacto de la verosimilitud o congruencia.
La cuestión
está, ahora, en averiguar cuánto de uno mismo hay en lo que escribimos, dónde
está la frontera de la verosimilitud y la autenticidad. Y es que, ya seamos
poetas, dramaturgos o novelistas, ya inventemos mundos oníricos o nos
desnudemos en una metáfora, siempre hay algo de nuestro ser que se filtra en
nuestros textos.
La pregunta que lanzo al aire es:
¿En qué medida un poeta es más veraz y más sincero que un novelista? ¿Acaso no
somos todos fingidores, como decía Pessoa?
Esther Garboni, 23 de abril de 2013.
2 comentarios:
Excelente tu blog muestra todo el contenido claramente y te enseña de una forma incomparable
¡Gracias!
Esther.
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