Tarjeta de embarque de Esther Garboni ofrece al lector un poemario divido en tres partes: “Contraluz”, “El beso del Bósforo” y “Equipaje de mano”, hilvanadas por la temática del viaje. Pero no queda en eso. En efecto, ya lo advierte Juan Frau, siempre lúcido y exacto, en el prólogo: “el viaje, en fin, es un modo de dejar que la mirada se ejercite en campo abierto y de que nos veamos en las cosas que vemos a lo lejos.” La lente poética de Esther Garboni enfoca sentimientos captando panorámicas de largo alcance. Pero también muestra el vacío del alma, cuando su zoom descubre el verdadero rostro de las cosas, rescatadas de la distancia y lo soñado, como en los versos del poema “Camino”:” Ya no me martiriza /el ansia de saberte lejano” o en” Querencia”: “ya no hay cigüeñas que aniden en tus manos (…)”,”también nuestras aladas / promesas se marcharon/ sin brújula, sin norte ni destino”.
No obstante la elegante ironía de su palabra poética, simple como un anillo, como diría Neruda, no deja que el tono elegíaco predominante en el poemario se apodere del lector. Este asiste ensimismado a un juego de voces, a una forma de mirar el mundo polarizado y múltiple. El yo poético se mueve entre realidades opuestas, un mundo cambiante del que surgen emociones encontradas como forma de conocimiento; los poemas “Alborada,” “Ocaso”, “Mentiras”,” Certeza” ,” Sin voz” ,” Elocuencia” , “Exterior. Noche/Interior. Día” -secciones del poema Últimas escenas- , balancean al lector en esa turbulencia de realidad que supone toda huida al encuentro de uno mismo.
Así pues Tarjeta de embarque brinda el misterio del viaje, de la mirada de las cosas, pero también del yo amante, enajenado en el otro: “ya todo lo eclipsó tu luz serena” y del tiempo desfocalizador de la realidad. El tiempo de aquellos versos de León Felipe “(…) un año y año tras año, una vida dando vueltas a la noria” se reencarnan en la voz poética de Esther con el paso de las estaciones: “Y al girar otro mes te encuentro en rojo subrayado” (…), “Ella robaba al tiempo calendarios”, “Muriendo está la tarde de septiembre” “El dos de noviembre que se extingue”o “la primavera que iba clavando espinas”. El tiempo, que es apenas perceptible para los amantes en lo primeros poemas de El beso del Bósforo se vuelve denso y voraz como el final de la historia de amor que protagonizan. En el poema “Ruta de la seda” que cierra esta parte del poemario el tiempo ya es memoria o recuerdo:” ¿Contará nuestra historia algún turista errante?/ ¿Quedará alguna calle que aún se acuerde de mí? “
El tono exótico, casi cavafiano, si se me permite la expresión, de algunos poemas de El beso del Bósforo se combina con acierto con el lenguaje poético de lo cotidiano, que se acentuará en la última parte del libro Equipaje de mano. Los objetos femeninos se reinventan, cobran una nueva dimensión y se muestran en una suerte de realismo mágico ya anunciado en los versos del poema “Inevitable” que dice: “temblaba la ropa en mi azotea si sentía tu brisa”. La poeta presenta una visión caleidoscópica de la mujer, protagonista de la escena, embarcada siempre en los misterios de la vida corriente y al tiempo escrutando lo desconocido, con los pies en la tierra y “las medias aún mojadas”. La mujer se viste con imágenes rotundas: “de mi falda/ se suelta, como un hijo, la memoria/ y corre hasta tus brazos”. Esta es la mujer de hoy, de ayer, de siempre, capaz de vivir con” el abrazo amarrado a la blusa” mientras hace tratos con la realidad como en el poema Cláusula primera:“si tú prometes,/tres veces por semana,/tirar, a media noche, la basura”, esquivando siempre el dolor de la intuición que presiente el final del viaje y el final del amor: “pero esta primavera/-eso también lo sé-/no encontrará el camino de regreso/como no hay río/que suba a la montaña”.
En definitiva, con Tarjeta de embarque el lector podrá aprovisionar su maleta de ropa de palabras acertadas, sandalias de ritmo y voces de colores para el fresquito de los atardeceres .Un buen libro que vaticina más poesía de altos vuelos de esta joven poeta, Esther Garboni.
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